El desarrollo sostenible y la creencia de un progreso ilimitado
Términos como crecimiento, progreso o desarrollo se utilizan, con frecuencia, para referirse al bienestar o la prosperidad empleándolos a modo de sinónimos cuando, realmente, no son tales.Términos como crecimiento, progreso o desarrollo se utilizan, con frecuencia, para referirse al bienestar o la prosperidad empleándolos a modo de sinónimos cuando, realmente, no son tales: mientras, el desarrollo sostenible apela a una concepción de la prosperidad y el bienestar que incluye dimensiones cualitativas en lo social, lo ambiental y lo económico. Los desequilibrios globales del planeta, manifiestos al final del siglo XX e inicios del s. XXI (cambio climático, aumento de la pobreza, agotamiento de recursos, escasez alimentaria…), llaman la atención sobre la insostenibilidad del crecimiento medido exclusivamente según indicadores económicos cuantitativos.
El dominio de la naturaleza
La ciencia moderna sentó las bases de su desarrollo en las teorías de Bacon, Galileo, Descartes y Newton, entre los años 1600 y 1700 en Europa. Basada en el experimento y la observación, se propuso establecer un método capaz de explicar la naturaleza. El éxito de las mediciones de fenómenos que podían ser reproducidos, llevó a la ciencia experimental a concebir el mundo como una gran máquina obediente de leyes matemáticas, sometida a unas reglas que el ser humano explicaba y controlaba. Se impulsó el desarrollo tecnológico, y crecieron tanto las expectativas de dominio de la naturaleza, como la escala de apropiación de los bienes naturales.
El racionalismo y el empirismo contribuirían a configurar el modelo de pensamiento positivista que describe la realidad en términos de causa/efecto y disecciona la naturaleza para analizarla en piezas separadas, suponiendo que es posible la reconstitución del todo mediante la adición razonada de sus partes.
Es el llamado paradigma mecanicista, que sustenta la concepción causa/efecto tecnología recursos riqueza cuya vigencia durante 300 años ha tenido como consecuencia la eclosión de problemas globales de carácter multicausal: se han ignorado los límites ecológicos de Biocapacidad en el planeta Tierra, y no ha sido tenida en cuenta la complejidad de las interacciones entre sus sistemas vivos.
La creencia en el progreso ilimitado
La concepción materialista animó la búsqueda del máximo beneficio por medio de la explotación de bienes de modo, aparentemente, gratuito e ilimitado, en territorios poco poblados: desde principios del XVI y en algunos casos hasta bien mediado el s. XX, distintos países europeos, mantuvieron imperios coloniales en África, América y Asia, nuevos mundos de los que era factible extraer materiales valiosos a mínimo coste, gracias a mano de obra a menudo sometida a regímenes de esclavitud.
A mediados del siglo XVIII, el pensamiento de Adam Smith situó como primera ley de la economía la de la oferta y la demanda y promovió la libertad de comercio. Ese gran dinamismo trajo consigo efectos positivos – como, por ejemplo, el avance de la investigación científica o el incremento de la esperanza de vida en las sociedades industrializadas, pero también una muy desigual distribución de la riqueza.
Entre 1820 y 2000 la población se ha multiplicado x 5,52. En el año 2012, la población mundial continua su crecimiento imparable, aunque la crisis la haya frenado en algunos países desarrollados, como es el caso de España donde ha decrecido desde el año 2008 a 2011.
El desarrollo sostenible
En 1987 el Informe Bruntland definió el desarrollo sostenible como aquel capaz de “satisfacer las necesidades presentes de la humanidad sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer las suyas”. Para que el mundo sea sostenible es preciso cumplir tres condiciones esenciales:
- Aprovechar los recursos renovables a una velocidad acorde a la de su renovación.
- No consumir los recursos no renovables a mayor velocidad que la precisa para encontrar sustitutos
- Producir contaminación y residuos sólo a tasas que la Tierra pueda asimilar o absorber.
Ninguna de las tres condiciones se cumplen hoy en día: las pesquerías se agotan; el nivel de los acuíferos desciende; hay reservas probadas de petróleo para unas décadas; los GEI saturan la atmósfera. Así, la transición a la sostenibilidad se ha convertido en una necesidad para el mantenimiento de la vida humana y la conservación de la biodiversidad, en un imperativo económico y ambiental, educativo y moral.
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